lunes, 11 de agosto de 2014

Carlos Morales Falcón: "Aún el dolor no me abandona"

Carlos Morales Falcón nos describe de una manera delicada la soledad, como si aún no descubriera si es agradable o no. Tiene la responsabilidad de ser portador de una desesperanza que entristece y te enoja. Lleva en su poesía la forma más sencilla de hacer pausas y de "hender la piel que se tiende anhelante entre las hojas". Es difícil encontrar un poemario bien armado. Carlos Morales Falcón lo ha logrado y lo demuestra con su madurez poética. 

Movimiento



Solo esta tierra apisonada nos queda. Amplia y despejada para el asombro,
la inquietud. Sin sombra marcescible agrandando, sin cuerpo atormentado
que enrede o desate el viento escabroso. El cielo claro avanzó lento sobre nuestros cuerpos
con toda la inclemencia que soportamos, sin hallar consuelo. Con mis manos reuní la broza dispersa en el suelo descuidado, con golpes y rasguños en el cuero de mis botas.
Ramas oscuras, hojas heridas, los cuerpos caídos con pesar bajo el Sol implacable.
La opresión me condujo con cuidado, el ardor en la piel de mis brazos.
El viento de la mañana hizo crecer intensa la hoguera en la tierra oculta, y el humo se extendió flotando en la línea de los muros, transparente. Callado y sin alivio, aguardando
a que pronto se consumiera. Chasquidos de ramas quemadas crepitaban sobre las piedras
sorprendidas, se perdían al aire como una vida que dejaba ir. 






El aire aventó cascajos, sedimentos oscuros a mi cuerpo agobiado,
fugaces espinas que me hacen volver. El reflejo cercano del fuego intenso 
adormecía mi rostro. La vaharada ascendió larga y densa mas allá amoratando
las piedras asoleadas, la tierra clara. Por un momento como una torre negra que cae
creció sordamente sobre mí y cubrió el Sol, inestable. Bajo esta sombra precaria
el viento agitó los matorrales que se mantenían aún en pie en un rumor desesperado
que confundí con tu voz. No había nadie. Las ramas que se secaron doblándose
las consumió el fuego como aquellos cuerpos entrelazados. Sin sombra creciendo
rumorosa, ni apoyo en donde ladearme, consumo también mis señas, las penas
retenidas, deseos velados como semillas en hojas secas que no podré enseñarte.
El humo se aleja despejando la tierra, impetuoso arremete el fuego y el aire mareado
choca en mí también como la culpa. 






Con más viveza la llamarada se elevó en la mañana insoportable. La lenta fragosidad en el viento. Ramas y hojas dañadas se hundieron en esa pira
que ascendió con la estridencia del fuego, densos resplandores rodeando la arena apilada.
Con el cuerpo atento recibía la exaltación, sintiendo flotar las briznas encendidas
que viciaban el aire nítido. El humo brotó de inmediato como agua delgada,
espejos líquidos rodando sus contornos sobre la tierra sensible. Estambres oscuros 
se agitan persistentes deseando alcanzarme, oscureciendo mi frente junto a la lumbre.
Retengo la limpia consistencia de tu voz, el golpe calmado de tus pasos en el polvo
como un gesto sencillo que ahora añoro, azorado. Y la humedad crece en mí como un fuego invisible y mi cuerpo, sucio y frágil como un rescoldo al aire turbio, ondeaba.






Vidrios acuosos de humo trizan y alteran la imagen de todo cuerpo que cubren
y abandonan, extenuado. Al lado mío la lenta humareda sombrea
el muro de piedras gastadas. Detenido y soportando la inquietud de reconocerme
recibo el ahogo. Nubes negras rozan mi frente sudorosa y hollada de oscuras corrientes.
Mis manos cogieron las ramas caídas, hoscas cortezas, ásperos frutos desprendidos
a la intemperie. Los reconocí lentamente, apenado de encontrarlos dispersos en la tierra,
desnudos y agriando el color de sus cuerpos firmes bajo el furor del Sol.
Aún el dolor no me abandona. Cabellos impetuosos del follaje inflamado
vuelven a ondear sobre ellos clareando toda huella. Y una brisa fresca despeja
y eriza mi cuerpo tenso, por un instante, agotándome.  





Hebras chamuscadas tocan mi piel
buscando descanso, la impureza que vuelve a mi frente
tentando la humedad imprevista. Inmóvil me dejo llevar
con agobio, como si temiera hender la piel que se tiende anhelante
entre las hojas. Callado y observando la maleza crecer en la tierra, toscos ramajes,
espigada y reseca florescencia que abatí entre mis dedos. Todo lo reuní con arduo empeño,
el polvo acumulado, la corteza agrietada. Oscuro bajo el calor vehemente y sin abrir los ojos
como si no quisieras escucharme y toda mi obstinación es vana,
apenas residuos soleados que el viento dispersa. Quedo al borde del fuego intolerable
que me intimida y casi busco, atormentado. Diminutos granos ásperos y ovalados
en la fogata estallan al aire en ligeras pavesas que mi piel resiste.






Las ramas se abaten disipando trazos, formas sutiles en la fogarada que inflama con ímpetu la corriente.
Bocanadas de bochorno nublan mi rostro y me abruman.
Y acrecienta con nitidez la respiración en mi pecho
como si entreviera un limpio rostro surgiendo
bajo el mediodía,  la pureza de un fulgor que me socava y aturde.
Gajos y cáscaras plomas marchitan en la hoguera, las rocas las sostienen
y alumbran cual si pudieran soportarlo todo con sus cuerpos.
En boquerones de ceniza brillan diminutos puntos esquivos,
un poco de escombro que reuní en la tierra. Sombríos soplos, hojas mareadas,
alteran mi cuerpo en una ráfaga de calor que me ciega e impulsa a perderme.
Temo persistir así a tu lado, avergonzado del desengaño constante
y solo basta un poco de aliento tuyo que me roza y descubre, inmerecido.
Fuego impalpable que asciende a mi lado y me absorbe.   






Cuán limpio e intacto el cielo discurre libre de aprensiones.
Fatigado lo observo deseando abandonarme. Ampliadas por el viento
fumaradas silenciosas se apartan en lentas ondas que la crueldad dispersa.
La tierra es oscura. El mismo vacío que produce entregarse a un cuerpo que no se ama
y observa distante, me habita; cual si en su sombra acumulara mis temores.
La hoguera se proyecta en la arena en densas exhalaciones que apenas resisten
el temblor del viento, derrotadas por el Sol se estremecen en alas invisibles
y la mañana profunda se dilata inmensa sobre mi rostro franqueado por el fuego.
Solo fugaces manchas varían en el aire oscurecido de calor y algo he perdido.
  
     
De la sección “Movimiento” de Recóndita armonía. Lima: Editorial Colmillo Blanco, 2011.







Carlos Morales Falcón (Lima, 1980). Estudió el Doctorado en Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y es candidato a Magíster en la misma casa de estudios. Se licenció en Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal con la tesis Poesía e historia: el resentimiento poético peruano (1964-1981). Parte de este trabajo obtuvo una Mención Honrosa en el concurso de ensayos de la Pontificia Universidad Católica del Perú en el 2009. Es investigador asociado del Instituto Raúl Porras Barrenechea de la UNMSM y colaborador de la revista Libros & Artes de la Biblioteca Nacional del Perú. Escribe en el blog Pescador de luz. Su primer libro es Recóndita armonía (2011).

viernes, 1 de agosto de 2014

Ana María Falconi: "Dios está jugando play station con nosotros"

A Ana María Falconí, se le puede visualizar, desde lejos, como una mujer de pasiones. Y no digo apasionada, porque hay dureza en sus letras y hasta una contradicción que se convierte en necesidad. Su forma de sentir es tan estética, que también el lector sangra, como ella, en cada conversación. Su poesía es tan constante que los invito a ser aplastado por ella. 

CAUDAL


1

no hemos aprendido a volar   no hemos podido atravesar el cielo

y experimentado esa nebulosa ceguera de nubes

de animales alados cruzando agujeros celestiales

no somos pájaros cantores en las óperas

no cantamos

cuán torpes suenan las sílabas mientras silbamos

hemos arrimado nuestros cuerpos sobre las pequeñas llamas prendidas de la tierra para

cenar al calor de una lámpara apagada

presenciamos la lengua de la oveja sobre su piel abierta por días enteros

sin comprender que los sueños no sanan

que van por el mundo salpicándose inconcientes


2

un pedazo de diario abollado da vueltas en el aire como nieve que lanza un alud

qué impulsará al viento a arrastrar nuestras palabras hacia los oscuros promontorios que

arden detrás de los muros


3

jugamos hasta el final de la noche

viajando inmóviles

por rieles interminables

somos aquellos zombies que cuelgan

como posters en la estación de algún metro


Dios está jugando play station con nosotros


4

porqué digo nosotros si estoy parada aquí sola en el aire que circunda a este centro

comercial  

yo  me  mi  conmigo  

pero sigo insistiendo en nosotros en todas las personas que se encuentran en el mundo

cayéndose sobre las ropas en realización como si fueran un río sin playa sin malecón sin

piedras para apoyarse

con la etiqueta falsa que alguien nos puso en su sueño  nos       

quiero ser esa alice in wonderland, mejor dicho, queremos ser esa alice in wonderland

y atravesar los espejos, para recoger los juncos que alguna vez tuvimos   Alicia   nada es

real   no hemos aprendido a llevarnos los sueños


5

detengo el auto

una bolsa de polietileno surca el espacio vacío  sobrevuela una procesión  un pequeño

cajón blanco que se bambolea en los brazos de los elegidos para llorar  

mancha blanca  

minúsculas trompetas semejan una canción de cuna

la bolsa se pierde         

me dirijo a una playa para hacer el amor

amor que no está  


6

vuela el pájaro sobre la nube escarlata

cuán torpes suenan los sueños

mientras soñamos



bala el verbo 

el huevo sin incubar

cae  sin remedio  la salmuera  

         sobre nosotros 

mientras miramos un pequeño cielo en la ventana




De: Sobrevivir es un acto de invierno. 
(Inédito)




CUERVO


No tengo un busto de Palas para esperarte

Oh poeta tenebroso

Mis pensamientos hacen temblar

La ventana de mi cuarto

Cuando el viento llega en el momento justo

Y alimento a un enorme cuervo

Como un ladrillo abierto en la pared 


Te hablo indiscriminadamente

Mientras sangro   

Maldigo cada conversación

Insulsa

Y siempre cada noche

El tiempo me encuentra desnuda llena de plumas negras


Disecciono alas hasta la saciedad

Cuento uno a uno  cada hueso         

Cada punto de inflexión

Solo para encontrar tu secreto


Cuervo

Cuervo

Cuervo


No habrá bálsamo en Galaad
                         Que me sane de tanta blancura







ESTATUAS


Sé que es de noche  porque  rondan

Me observan desde sus rostros

Atizonados de excrementos

Sus figuras de yeso arrastran residuos

De otros mares

Yo intento o finjo ignorarlas

Doy vueltas buscando un

Frescor en mi almohada

Una expiación   una última instancia.



Quieren mi sonrisa de marfil

Se conforman con mirar

Los movimientos vacíos

De mi boca

   
    Pero yo no sonrío  

Nunca sonrío


Me quedo en la cama      escuchando      

Esperando
       

El  Semen  Silencioso  de  las  estatuas



De: Desvelo blanco.







CANCIÓN  DE LOS CABALLOS


Un furor desconocido  retumba  en las llanuras

Parece que el polvo habla

Por las bocas de los pozos

Por las derrapadas piedras de los caminos angostos 


Cuando me arrodillo y pongo mi oído en la tierra       imploro

Para que sean los cascos

Los que vengan por mí



Te acerco un terrón de azúcar   Trovatore

Comes de mi mano

La lames y sonríes

Porque  sabes que seré dócil contigo

Todos dirán que llevas un zorrillo en el lomo

Pero seré yo con mis cabellos erizados y mi pequeño cuerpo

Combado hacia ti


Escondo zanahorias en los arbustos para que tú las encuentres



Destino uno de los cuatro rincones de mi cuarto para soñarte

    
 

Pero llegas del sueño de mi madre

Con otro nombre

 Pluma



Tomas impulso desde un muro blanco con el nombre de una calle

Despreocupado y sin hambre


Te rodeo con mis brazos y te estrecho


Una pesadilla me persigue

Te llevan a un zoológico

Donde las jaulas son animales



Prendo una vela      prendo dos velas

Nunca las apago

Imploro por lo irrealizable

No hay nada más que el rito

        O alguna divinidad  perdida que hay que encontrar



Llegaste como el anuncio tardío      de un bosque

Bayo      te nombro          mon          mechant          petit

  Toda una noche cabalgamos ateridos de frío

                        Hasta que casi devoraste mis manos


   Escondo flores de carne para que las encuentres




Alguien desolla en las llanuras teñidas de rojo

                           
La tierra arde           impregnando   su calentura

   En los cascos  

Y veo a los tres desbocarse

Huyendo detrás de sus sombras

  

Siempre marcando con furia     

Un galope           

Un golpe           

Una canción    que se repite



Entonces te pregunto     madre     por ella

La canción  esa                                  y sé 

Que no sale de la herradura negra

que ataja el golpe del viento en el

ventanal


Ni de  la canción de cuna que no    memorizo            

Aunque me  la cantes

   Una y otra vez    madre    una y otra vez


Porque    la canción  

Siempre llega cuando menos se la espera          foránea

Ajena    

Como si viniera de una mala ranchera                       

En voces que son otras         

Voces 

A las que sobrepongo       mi voz

Alzándome sobre su ruido extraño

Sobre esa dulce

Y tierna crueldad

Que tienen sus acordes



Se zafan       

Se tambalean







Ana María Falconi, nació en Lima, Perú, un 25 de septiembre. Traductora y profesora de castellano e inglés. Ha traducido al español poemas y cuentos de autores norteamericanos, y al inglés poemas de poetas peruanos. Ha publicado artículos en plaquetas, revistas y periódicos locales. Dirigió la Revista de Literatura “Pelícano” una de las mejores revistas literarias publicadas en el Perú. Ha publicado dos poemarios Sótanos Pájaros en el 2006, y Desvelo Blanco en el 2010, ambos por Tranvías Editores. Ha sido poeta invitada del “Primer Festival de Poesía de Lima: Un par de vueltas por la realidad (del 12 al 16 de octubre del 2010) del XIX Festival Internacional de Poesía de Rosario, Argentina (del   al  de septiembre del 2011) y del  Festival de poesía IV Fiesta del Diantre en Chiclayo- Perú (del 31 de agosto al 01 de setiembre). Poemas suyos aparecen en la antología de Yacana-Poesía Perú S, XXI, Escuela de Lima del CC.Yacana; en Poetas peruanas de antología de Ricardo González-Vigil 2009, Centro Cultural de España en Lima; y en la antología “Rito Verbal” Muestra De Poesía Peruana 2000-2010 del poeta peruano Raúl Heraud. Escribe microcuentos y algunos han sido publicados en periódicos y revistas locales. En la actualidad vive en Chile. Se encuentra escribiendo su tercer poemario que se llamará Sobrevivir es un acto de invierno.