domingo, 30 de noviembre de 2014

Virginia Benavides: "Sé de él por las plumas que me encuentran en el respiro."

¡Qué manera de irse! ¿Cuánto de ella se abandonó en éstas palabras? Virginia parece incompleta, pero la ausencia de ese "algo" son los poemas inéditos de los que hoy se desprende. La primera lectura de lo que pronto será "Descierto", su siguiente proyecto literario, me brindó una historia que aporta profundidad, pero ya en la segunda lectura descubrí lo que la autora realmente quiere revelar: la poesía es un ritual de ida, en el desierto y de noche. Los elementos se acomodan dulcemente para darnos una excelente imagen: el desierto. Ella pregunta: ¿Qué desierto somos? Creo que Virginia no lo sabe, pero sospecho que ya encontró esa gota de agua. 





DESCIERTO




                                                                                                      Para lluvia, mi Mar



Abre la mente y cierra el libro de reclamaciones, susurran los remolinos.  Arena cernida en las manos. Abre y cierra. Y despena. O despeña.






Cuencos de luz en las manos, latidos de agua en las dunas y un oasis que pronostica un sueño de espejos futuros. Lo que acontece es una radiación de isla en tu ascenso a la fuente, como si un altar de agua te esperara para saciar  sed y atravesar sequía hasta llegar a tu cuenca o pozo ciego. Redención de tragaluces o esquinas volteadas a callejones oscuros para tu vela encendida. Aire caliente que respiro y una voluta de pureza inspirada en esta ascensión a cima o risco desde donde contemplar la arena en su deslumbre de árida melancolía.






Lo que acontece es una radiación de flor amarilla en los ojos idos y revive a los juguetes de la infancia, un esperma niño en fértil retorno a las andadas interiores.  Prende sonrisa la luz y el asomo invita a las ventanas a hacer una fiesta callejera en la habitación de los mayores. Prende la flor y se enraíza en tu deseo de agua. Ganas de portarse mal, galopar en una infantería marina y volverte tribu de niños perdidos  jugando a brillar en su casita de arena.






Corre, corre, el salar te busca, no estás solo: vive tanta sed dentro que todo se vuelve un lecho marino para esta lengua de palabras resecas. Corre, no te detengas. El tiempo es corto para este aire breve y las cantimploras se han enfermado de añoranza lluvial. No te detengas, podrías perderte en las trampas del eco y no llegar a la duna prometida. Corre, el salar te busca y podría infestarte de sed serial. No te detengas.






Llanura finita, cielo de mares. Arrasa el viento ciudades imaginadas donde nunca viviré. Sueños incendiados por la soledad que combustiona armónico paso de cactus nómada. Nadar en nada y destellar en la extinción de sombras para abrir el ojo de pez e iluminarte. Abrasarlo todo y procrear un sol tibio para tus tardes de arena.







La transparencia. Llave de agua. Latido de nido. Un ala duerme en la maleza de Versa. Un ala  que entibia la tundra y se hace hoja. Verde limón en la mirada. Qué contentura de cataratas se me recuesta. Hielo travieso en las espaldas. Un ala cristalina que me ríe. Una pluma recién nacida. Versa conversa con su gota de agua.







¿Qué pájaro ha hecho su nido en mi cabeza y canta cuando estoy sin alma? Planea en mí como si mi cielo le bastara y canta en mi árbol de silencios. Azulejo es o quizás un cardinal. Esconde su canto cuando retorno a mí y se hace el dormido.  Trina y  vuela y se arrulla en mis pensamientos más cálidos. Pero no me engaña: sé de él por las plumas que me encuentran en el respiro.







Nublo. Acuíferos ojos redimen sequía en el desertor.  Desierto que guardas ríos subterráneos, tesoro antiguo para tu aridez porvenir.  Humeo para la lluvia, danzo alrededor de la fogata y ofrendo mi sentido más ido. Nublo. Ventanas de agua que abro para no dejarme solo.






Beso de aire para tu calor de lumbre dormida. Mentolhado. Beso reverso en tu extinción. Huida a los nenúfares o fosas azules. Beso converso para tu piedra de descanso. Isla de agua asoma en la canción de la caracola. Beso y reverso esta saciedad de vida, de haberte muerto como una muñeca rusa. Beso de viento dorado para tu sueño de exilio.  Beso de caracola en tu oído de mar.







¿Qué voló en esa cueva sino un ave de la noche? No es otro el aleteo que este soltar amarras en la noche mental y salir a navegar mundo como un recién nacido. Qué sueño blanco de soles en los ojos para verlo todo distinto desde el viento. Mundanal desierto que me cobijas, que atraviesas la soledad como una saeta de mieles solares.  ¿Qué cueva somos para cobijarnos y apacentar a nuestro animal salvaje que anida dentro? ¿Qué desierto somos?







¿Podré regresar y ser el mismo luego de haberte conocido?  El viento deshace las nubes y es el amo en el incendio solar. Los pasos labrando un camino que no volverás a pisar. Me interno en los acueductos y oigo el canto de ese río subterráneo que nos inunda. Fluye la vida y cuando estés quieto recuerda el brillo de ese ojo en que contemplas mi tránsito de canto invadiendo sequía. Sabiduría del viento: ensimisma.









MIRADA-BIOGRÁFICA:

Virginia Beatrhice Benavides Avendaño (Lima, 1976) Bachiller en literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue codirectora y colaboradora de la Revista Dedo Critico. Publicó el poemario Exstrabismo en el año 2003. Poemas suyos han aparecido en revistas como Isla Negra, Cronopia, Magdala, Poetas del Asfalto, entre otras. Ha participado en recitales de poesía y encuentros literarios. Ha realizado performance y malabares. Este año ha presentado e incendiado el poemario Sueños de un bonzo. Ella tiene una mirada maldoror.  


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